jueves, 3 de septiembre de 2015

Guerra, crisis humanitaria, solidaridad.


Viñeta de El Roto, El País, 2 de septiembre de 2015.

                Cuando estudiaba Historia en el instituto, el profesor nos explicaba que la primera y más trágica de las consecuencias de todo conflicto bélico eran las pérdidas humanas. 

            En los últimos meses las pantallas de nuestra televisión muestran a diario cómo millares de sirios huyen de sus tierras, dejando atrás todo lo que le daba sentido a su vida, buscando refugio en un lugar alejado de la muerte y la destrucción. Representantes electos de diferentes países han llegado a decir que las soluciones para evitar la llegada de inmigrantes refugiados pasa desde construir una valla fronteriza, destruir los barcos con los que se juegan la vida en el Mediterráneo -convirtiéndolo en un mar de sangre y sueños hundidos-, hasta bombardear los puertos desde los que parten en busca de paz. Lo cínico es que alguien ha votado a esos demócratas. En lugar de tender la mano al indefenso se ha pretendido empujarlo hasta el fondo del mar.

            Ha sido una terrible imagen, la de un niño ahogado tratando de llegar a la isla griega de Kos, la que ha causado que el gran público, el que se informa a través de grandes medios se eche las manos a la cabeza.

            ¿Y qué hay detrás de la muerte de ese niño? El siguiente artículo es bastante clarividente: http://www.eldiario.es/desigualdadblog/Siria-origenes-causas-conflicto_6_370672945.html

            A fecha de marzo de este año, en la guerra civil de Siria ya iban más de 220.000 muertos, 11 millones de desplazados, 3.9 millones de refugiados y 12.2 millones de personas que dependen de ayuda humanitaria para sobrevivir. De esos 220.000 sin nombre –para  nosotros-, cerca de 10.000 son niños y niñas como los de la foto, pero sin esa imagen parece que el gran público ha sido incapaz de sentir un vuelco en sus tripas. Si no lo vemos, no existe.

            No tenemos que olvidar que detrás de cada conflicto bélico hay unas causas. En este caso es la lucha por la dignidad, iniciadas en las Primaveras Árabes en 2011, las cuales fueron respondidas con una violencia sanguinaria por parte del gobierno sirio. Y detrás de un conflicto en un país no occidental suele haber un silencio internacional, unas pocas noticias que estremecen mensualmente al público, pero que se pierden en unas semanas enterradas en el montón de las cosas pasadas debido, entre otras cosas, a la priorización por la inmediatez de los medios de comunicación. Mañana ocurrirá otra desgracia y ésta pasará a un segundo o tercer plano.

            En el artículo que os he dejado, el autor cuenta que mientras la ONU firmaba acuerdos para mejorar la ayuda humanitaria, varios de sus países miembros vendían armas –casi el 90% del total- que utilizan ambos bandos del conflicto, sobre todo manufacturadas por Estados Unidos y Rusia. ¿No parece fácil acabar con el conflicto? Con el Gran Capital no es fácil.

            Las personas huyen de la guerra porque la mayoría crecemos deseando tener paz, dignidad y disfrutar de nuestro día a día. No queremos ríos de sangre ni dolor.

Tendemos a buscar mejores condiciones de vida huyendo de un presente que nos resulta inseguro o incluso peligroso: en España durante la guerra fuimos refugiados y actualmente, en cierta medida, también lo somos, aunque sea laboralmente hablando. Millares de españoles recorren Europa en busca de un empleo que consiga que alcancemos una estabilidad, unos medios o unos conocimientos que nuestra tierra no nos ofrece. Pero nosotros lo tenemos fácil porque hemos nacido por encima de la línea que separa el bien del mal. Otro ejemplo: cientos de latinoamericanos se juegan a diario la vida en La Bestia para buscar una vida mejor en los Estados Unidos, huyendo de conflictos que en muchas ocasiones son consecuencia de las acciones de su país vecino a lo largo del último siglo. Pero eso no importa tanto. No lo vemos excepto en algún reportaje casual. Si no se ve, no existe. Se les llama ilegales y son víctimas, otros refugiados que buscan con temeridad una vida diferente, sin violencia, en otro lugar.

Como suele ocurrir, la teórica libertad de occidente se enfrenta con la imprescindible solidaridad que nos hace humanos. Nadie tiene que jugarse su vida para sobrevivir. Tenemos que seguir luchando por la dignidad. Que nuestros descendientes, independientemente de donde sea su cuna, no puedan decir que no aprendimos nada de la historia. Solidaridad con los pueblos indefensos.

viernes, 1 de mayo de 2015

Cordones.

Por las mañanas cuando me levanto me pongo mis zapatillas y miro mis cordones. Voy a trabajar pensando en si mis cordones están bien puestos. Otro caso de corrupción, pero mis cordones están bien atados. Otra persona con dependencia que muere abandonada rodeada del duro trabajo de su familia, pero mis cordones están bien atados. Son blancos y están limpios. Se golpea a los ciudadanos por manifestarse por defender derechos absurdos, lo que tienen que hacer es trabajar o montar su negocio; miradme a mí tengo los cordones limpios y atados. Deberían aprender de mí, soy todo un ejemplo. En la empresa nos dicen que nos van a reducir el contrato y que lo que falta lo van a pagar en horas extra, qué bien. Los libros escolares cuestan mucho dinero, miro mis cordones y se empiezan a ensuciar. Mi madre enferma y nos dicen que en nuestro hospital no está ese servicio, que vayamos a una clínica de la gran ciudad que nos atenderán mejor. No doy abasto, entre ir a cuidar y acompañar a mi madre, trabajar y cuidar de mis hijos. El jefe no me quiere dar horas libres, no puedo más. Con tanto sueño acumulado empiezo a trabajar mal, el encargado dice que así no puedo seguir. Mi madre empeora, tengo que estar con ella. Me dice que sea feliz, que disfrute con los vivos, con los nuestros, que es lo único que tenemos. El jefe me despide, ha encontrado a alguien más joven, con más energía. Me apunto al paro, la cantidad que recibo no es proporcional a lo que he trabajado. Tantos años para una miseria, apenas nos da para pagar la comida de los pequeños. Miro mis cordones y están llenos de mierda. Veo que alguien intenta quitarme las zapatillas y lo consigue, sin esfuerzo. Tengo los pies desnudos, siento el frío de la realidad. ¿Estoy solo? Por una vez, levanto la cabeza. No lo estoy. Hay gente conmigo, cuidándome. Son desconocidos, pero se preocupan por mí más de lo que nadie lo ha hecho. Dicen que tenemos que cuidarnos los unos de otros, que somos personas, que la vida es lo primero. Voy con ellos a manifestarme. Frente a mí la policía. No estamos haciendo nada malo, solo cuidamos los unos de los otros, codo con codo. Defendiendo la vida. Me dan igual los cordones, las zapatillas. Prefiero mis pies descalzos, sentir el frío. No estoy solo.

lunes, 2 de marzo de 2015

Pepe Mujica

Quiero dedicar la entrada al discurso de despedida de José Mujica, futuro expresidente uruguayo. Un gran ejemplo de cómo debería llevarse la vida política.

Destaco, del vídeo que os dejo, esta parte:
“En una lucha entre el egoísmo natural que llevamos adentro y que nos lo puso la naturaleza para defender nuestra vida y la vida del núcleo familiar que nos rodea. Y esa lucha con la otra gran fuerza: la solidaridad. Una disputa permanente entre egoísmo y solidaridad. Sepamos, La solidaridad es la defensa en el largo plazo de la especie. El egoísmo, la necesidad como instrumento para defender nuestra vida y la de nuestros seres queridos.”

Vivimos en un mundo dominado por una lucha continua entre los intereses individuales y los colectivos. Es un mundo donde se deja poco espacio al desarrollo de cada persona y donde si quieres sobrevivir, que no vivir dignamente, tienes que entrar a jugar una partida de cartas sin que te gusten los juegos de azar. La única manera de que el sistema se sostenga es mantener alienada y separada a la población, es decir, hay que transformar la conciencia para que creamos que ésta es la única forma de subsistencia. O tú o yo. Y desgraciadamente el grande gana al pequeño.

Es un mundo individualizado donde no todos/as tenemos las mismas oportunidades de partida. Este hecho nos obliga a pensar exclusivamente en nosotros/as mismos/as. Este hecho condiciona la mayoría de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida. Nos obliga a vivir en un estado de vigilia continuo donde el enemigo es cualquiera que se ponga entre nosotros/as y nuestros objetivos. Nos condiciona a desempeñar tareas o funciones, haciendo que no te quede otra cosa que aceptar –de manera inconsciente muchas veces- ser una pieza más, un engranaje que permita a la rueda seguir girando.

También es un mundo donde las finanzas globales se antepusieron al hombre y a la mujer. A la vida. Es por eso que es completamente imprescindible que los pueblos, la inmensa mayoría de las personas que conforman este mundo, hablen. Y que se escuche qué tienen que decir. Dicen vida. Dicen dignidad.

El problema es que este sistema intenta dejarlo todo atado. Las posibilidades de subversión y de cambio son pequeñas. Bastante tenemos con pensar en vivir nosotros/as mismos/as, en cómo viven nuestras familias, en cómo viven nuestros amigos/as. Además, ¿para qué? El grande gana, el pequeño pierde. Es ley de vida. ¿Para qué luchar por la derrota?

Destaco también esta parte del discurso de Pepe:
“Que la lucha que se pierde es la que se abandona. […] También, querido pueblo, saber que no hay ningún final sino el camino mismo y que muchos otros arrimarán lo suyo y continuarán el camino de luchas.”

Hagámonos grandes. Hagamos camino. Digamos, esta vez en igualdad de condiciones, o tú o yo. Y que gane la vida.


viernes, 6 de febrero de 2015

Del poder hegemónico y su can Cerbero.

            El concepto «hegemonía» del filósofo italiano Antonio Gramsci, hace referencia a una corriente de pensamiento social, política y económica instalada en una sociedad y que determina el comportamiento de la misma. Es decir,  el pensamiento hegemónico es el pensamiento dominante.

Cualquier poder hegemónico tiene siempre un grupo fiel, una especie de ejército a su servicio –o directamente un ejército- formado por personas de toda clase que custodian y velan, de manera consciente o no, para que ese pensamiento, esas ideas sigan teniendo cabida en la realidad que viven, salvaguardando así los intereses de este poder. En el caso del Inframundo de la mitología helena, Cerbero, el perro de tres cabezas, era el guardián de las puertas que daban acceso al mismo, impidiendo que los muertos saliesen y que los vivos entrasen. La Historia nos ha enseñado que, a veces, esos grupos de humanos pueden llegar a ser inhumanos: en el caso del fascismo italiano, los camisas negras custodiaban las familias con capital a punta de pistola; en el caso de la Alemania de Hitler, el Ejército Nazi velaba por la supremacía y el porvenir de la raza aria; en el caso del comunismo de la URSS, el KGB soviético velaba por el triunfo de la revolución proletaria y la caída del capital; en el caso de la España franquista, los grises velaban por la «vigilancia total y permanente, así como de represión cuando fuera necesario» con el fin de mantener una España unida, grande y libre. Son personas y grupos de personas que se sienten estrechamente identificadas con las ideas de esta hegemonía y luchan para que salgan adelante. Aunque haya que utilizar la represión, la coerción; aunque el precio a pagar sea acabar con una vida humana.

En las democracias europeas del siglo XXI, más o menos consolidadas -según cómo sea entendido el significante «democracia»-, las encarnizadas batallas por estas ideas se desarrollan mediante tertulias, relativamente pacíficas, en los platós televisivos, en las reuniones familiares –un abrazo papá-  y en los bares. A lo más que podemos llegar es a cometer o sufrir una agresión verbal. Nos convertimos en voceros/as de los grupos políticos y los movimientos con los que nos sentimos identificados. Batallamos contra viento y marea, a capa y espada contra quien diga lo contrario. Hacemos un despliegue absoluto de todo nuestro argumentario para que quede constancia de que lo que nosotros/as defendemos es lo real. Cambiamos armas por argumentos, e intentamos que éstos sirvan para defendernos del ataque enemigo y que permitan hacer una contraofensiva que lo deje descolocado. Es en este choque de argumentos en el que se enfrentan las hegemonías y en el que la que está instalada puede llegar a ser reemplazada por una nueva.

            Pero claro, dada mi posición –de vocero-, veo una diferencia entre unos/as voceros/as y otros/as. Hay unos/as que repiten hasta la saciedad lo que sus líderes les indican. Es como si narrasen el prospecto de un medicamento, pero con mucha energía, aunque el prospecto esté lleno de calumnias y mentiras. Otros sin embargo, apoyan una parte del discurso porque saben qué dice ese discurso y qué se consigue con él, son, por así decirlo, completamente conscientes. Además en estos últimos destaca, ante todo, un espíritu muy, muy crítico. Por tanto, hay una brecha que separa unos voceros/as de otros/as: la obediencia ciega.

            La obediencia ciega es una de las armas más peligrosas que hay sobre la faz de la Tierra. La obediencia ciega permitió el Holocausto. La obediencia ciega permitió la creación de los gulags. La obediencia ciega permite que siga habiendo ancianos que todavía no saben dónde llorar a sus familiares muertos hace más de medio siglo, enterrados en cunetas. Por eso, hay que aprender a quitarse el velo, a ser crítico con lo que te rodea, con tu país, con tus costumbres, con la Historia y, sobre todo, con uno mismo. Y créanme, cuesta. Cuesta mucho. Abrir los ojos duele. Pensad que hace mucho que no les daba la luz, pero el dolor cesa. Lo que uno se encuentra al abrir los ojos puede no ser agradable, pero te mantiene consciente. Y cuando eres consciente, puedes comenzar el cambio. Primero por ti mismo/a.

La justicia social y la dignidad nunca llegarán mientras haya una mayoría de ciegos obedientes, de «canes cerberos». Abrid los ojos.        

martes, 13 de enero de 2015

Un pueblo, una provincia, una región, un país, un continente, un planeta.

Un pueblo, una provincia, una región, un país, un continente, un planeta. Soy de mi pueblo, de mi tierra, de Villarrobledo; también de Albacete y de Castilla-La Mancha; de España y de Europa. Soy hijo de la Tierra. En ese orden y en el inverso, también salteado. Todos/as lo somos. Por eso, por tener esas raíces en mi querida tierra y querer devolverle aquello que me ha otorgado, busco lo mejor para ella. O, mejor dicho, lo que considero que es mejor para ella.

Los/as que me conozcáis un poco sabréis cómo pienso. No me corto a la hora de expresar o defender mis ideas en público y trato de ser muy fiel a mis convicciones. A veces esto puede dar lugar a situaciones un poco tensas, pero siempre estoy dispuesto a limar asperezas y no tengo problema en corregir lo que afirmo o niego si en algún momento me doy cuenta de que mis premisas son erróneas. Para mí la verdad absoluta no existe y por eso puedo llegar a contradecirme. Las contradicciones no tienen por qué ser malas, las considero como parte de una evolución constante en el aprendizaje y surgen con el diálogo y la reflexión, dando lugar a escenarios desconocidos que no habrían aparecido si siempre llevamos puestas las anteojeras.

Ésta va a ser la primera entrada sobre política del blog y, cómo no, va a hablar de ese nuevo fenómeno en el panorama político nacional, amado y odiado, que se llama Podemos. Voy a hablar de lo que considero que es mejor para mi tierra.

A muy grosso modo, para algunos/as Podemos es un saco de mierda apátrida que lo único que busca es sembrar el pánico en los mercados financieros y destruir lo poco que queda de la economía española. Para otros/as es la panacea, ese elixir de la vida eterna que nos sacará de una sociedad enfermiza en la que hay un cáncer plagado de caciquismo, clientelismo, malas praxis, egoísmo e individualismo. 

Probablemente, no sea ni una cosa ni la otra, al menos no en su totalidad. Se dice que a cada generación le toca enfrentarse a sus desafíos y a la nuestra le toca asistir y participar en el nacimiento de una nueva democracia nacional más transparente, más justa y más social. Podemos no es más que una herramienta política que aglutina un descontento generalizado y que redirige el mismo a construir una nueva mayoría social, generando un nuevo escenario político que permitirá sentar las bases de un nuevo tipo de sociedad donde la dignidad no sea mercantilizada. 

En el corto plazo, la senda económica de un país no puede ser cambiada de manera brusca, puesto que produciría rechazo en un mundo globalizado. Se podrán paralizar los desahucios, se podrá asegurar la existencia material de aquellos/as que no puedan hacerlo por sí solos/as y se intentará poner remedio a las últimas olas liberalizadoras que asolan nuestra tierra. Eso, lógicamente, es crucial y una solución rápida para una parte  de la población  tremendamente perjudicada. Pero para mí, lo más importante está en el horizonte a medio y largo plazo, cuando los cimientos basados en la justicia social ya estén sentados y cada vez más gente, con la misma ilusión, sea la que dé el paso de levantar las paredes y poner el tejado. 

Como dice el refranero popular, de lo que se siembra se recoge. Sembremos la semilla de una sociedad justa. Todos/as juntos/as podemos.